El fracaso

El fracaso
Fracasar es una experiencia esencial del ser humano. Nadie puede sustraerse a ella. No hay en la vida ninguna seguridad. Seguimos siendo siempre caminantes y buscadores en el camino de nuestra vida. El fracaso nos enseña que ese camino en el que nos encontramos, momentáneamente, no es ya el correcto para nosotros.

Nos gustaría evitar en nuestra vida todo lo doloroso. Pero lo doloroso es a menudo el fracaso que nos trae lo nuevo. No es fácil reconocer la fuerza curativa que hay en el dolor que pretendemos eludir. Es difícil aceptar que un fuerte contratiempo pueda ser precisamente lo que nos haga crecer, lo que nos lleva hacia adelante: una ofensa profunda, la ruptura de un matrimonio, la muerte de un ser querido o el proyecto de vida que se derrumba. Nos resulta difícil reconocer en todo ello un crecimiento y una maduración. Mas justamente se trata de eso: no hay que experimentar el fracaso como final, sino como resurrección a una nueva fase de la vida.

El dolor y el fracaso forman parte del proceso de llegar a ser hombres. El dolor trae consigo una apertura para el siguiente paso en la vida. El dolor es siempre el momento de una reorientación fundamental y de un cambio de vida.

Nadie ama el fracaso; sin embargo, es o debe ser una señal de que nuestra vida debe proseguir de otra manera. Es la fuerza transformadora de nuestra verdadera esencia, de nuestro fondo primordial divino. El fracaso nos ha llevado hasta ese límite, a fin de regalarnos un nuevo nacimiento, y un nacimiento es siempre doloroso, pero nos trae lo nuevo y supera lo viejo. Hay que captar en el fracaso la dinámica de la vida; muestra la verdadera grandeza de un ser humano.

La crisis puede convertirse en una ayuda decisiva, en un desafío para una transformación fundamental de la vida. La pregunta es si, una situación de crisis, podemos verla como la puesta en marcha hacia algo nuevo. Para ello, hace falta coraje. No podemos ver con antelación el resultado. La disposición para abrirse al proceso de maduración y de integración requiere nuestra entrega al fondo primordial divino y nuestra confianza en él, que es nuestra verdadera esencia.

Si somos capaces de dejar de lado la idea de cómo debería ser nuestra vida y de abrirnos a lo que realmente es, aparecerá ante nuestros ojos un mundo totalmente nuevo.

El sufrimiento es a menudo el que nos obliga a ello en nuestra vida. Comenzamos a reconocer que nuestro yo superficial es una suerte de estado onírico que nos impide avanzar hacia esa realidad en la que experimentamos la unidad del ser.

El camino espiritual conduce a un conocimiento libre de opiniones y representaciones, a un conocimiento basado en la ausencia de codicia, de agresión y de ignorancia. Esto presupone una clarificación y domesticación de la razón y de la psiqué, que dará como fruto la posibilidad de un despertar. En esto reside nuestra libertad, que no depende de las condiciones externas. Es una libertad interior; la auténtica mística vive en ella.

Desasirse
Desasirse presupone la aceptación de la muerte. A la perfección de la vida pertenece la disposición a entregarse a la muerte y a dejarse transformar por ella.

No hay maduración que pueda eludir el desasimiento. Desasimiento significa nuevo comienzo. Morir significa abrir la mano y desasirnos de todo lo que representa un obstáculo para la Vida. Nuestro yo se encuentra la mayoría del tiempo enredado en una lucha interminable contra la caducidad y, como sabemos lo desesperada y estéril de esa lucha, estamos en lo más profundo llenos de miedo.

Buscamos seguridad en otras personas, en nuestro trabajo, en la acumulación de riqueza, en un activismo agitado… Todo este afán de seguridad es vano. La única seguridad es la transformación constante.

La disposición al cambio lleva a la Vida. En el camino hacia la Vida, a través de la práctica espiritual, nos ejercitamos en el desasimiento, hasta que podamos alegrarnos de todo sin depender de nada.

La meta es la liberación; la liberación de todos los condicionamientos, de todas las cadenas, miedos, intenciones. Nuestra identidad superficial es un conglomerado de improntas, sentimientos, experiencias sociales e imaginaciones de cómo deberíamos ser o quisiéramos ser.

La consciencia se manifiesta incesantemente de forma nueva. Este universo no obedece a estructuras racionales sino que es trans-racional en su origen. Nuestra limitación no podrá comprender nunca lo ilimitado. Solo podemos asombrarnos y sobrecogernos ante los milagros de la evolución y reconocer que, tal como somos, somos una manifestación de esa realidad de fondo, de ese fondo primorcial que se expresa en nuestra forma. figura.

Al decir sí a la evolución, decimos sí a nosotros mismos y reconocemos que, cada día es un buen día.

(Willigis Jäger; Sabiduría eterna)

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